Posts Tagged ‘Sanidad’

SOR PACIENCIA

octubre 10, 2014

Si hay una persona en este mundo de dobleces y oscurantismos que merezca llevar su propio nombre esa es sor Paciencia.

Africana, de raza negra, sor Paciencia trabajaba en la misma misión que el padre Miguel Pajares y, cómo él, contrajo el virus del ébola.

Al padre Pajares, en una operación tan imprudente como ineficaz lo repatriaron, a petición propia, para curarlo en España. Sor Paciencia, digámoslo suave, no cabía en el avión: Qué si no tenía estatuto de cooperante; Qué si no tenía visado; Que si no tenía la nacionalidad, etc. Para más INRI, otra monja fue repatriada junto al padre Pajares, eso sí, española y … sana.

Ironías del destino, o la mano de la providencia dirán otros, prácticamente sin tratamiento, abandonada en su tierra, Sor Paciencia sobrevivió y, al hacerlo, el milagro de la transmutación convirtió su sangre en una reserva de anticuerpos, un bien precioso con el que intentar acertar donde otros remedios habían fallado. Así que, ahora sí, había que traer a sor Paciencia a España y utilizar su sangre para tratar el virus. Se acabaron los problemas de visado, de protocolos o de nacionalidad.

Hic est enim calix sanguinis mei. Convertida en medicamento ambulante, Sor paciencia ha resistido a la triple tentación del rencor, el orgullo y la soberbia y, por amor a dios o al hombre blanco a quien, con lágrimas en los ojos, vio un día partir hacia la muerte, ha hecho el viaje que entonces le fue negado, haciendo bueno el principio homeopático de que lo que nos cura viene del mismo sitio que lo que nos mata, y con la finalidad última de salvar la chapuza en la que se está convirtiendo la gestión de la sanidad en España.

La vampirización de sor Paciencia es la metáfora perfecta de nuestra relación con el tercer mundo. Cómo olvidar, al escribir estas palabras, la imagen de tantos hombres y mujeres de color ahogándose en pateras, apaleados por la policía marroquí, desgarradas sur carnes por las cuchillas de las concertinas.

No lograran pasar hasta que de verdad los necesitemos.

SANIDAD

junio 20, 2012

Tipo hurdano
(sacado de una colección de postales editada por la diputación de Salamanca hacia 1930)

Mi padre aprendió tarde a conducir y obtuvo el permiso en unas condiciones que solo se explican por la debilidad e ineficacia de la administración de la época. Quizás también porque el tráfico era escaso y aunque todos conocíamos casos de accidentes, a nadie se le ocurría que aquello fuera un problema que la intervención humana pudiera arreglar: Todos los coches llevaban en el salpicadero una imagen de San Rafael.

Lo cierto es que era incapaz de conducir marcha atrás, ni siquiera en la breve maniobra necesaria para dar la vuelta y poner el coche mirando en sentido contrario. En el pueblo del que era médico titular, La Pesga, eso no era problema porque la carretera terminaba en una plaza circular con una fuente en medio. Tampoco en La Herguijuela, su pueblo natal, donde en vez de fuente había un gran olmo, ni en Plasencia, ciudad a la que nos llevaba a coger el tren, porque la estación tenía una gran explanada en la que se podía dar la vuelta de tirada.

El problema se planteaba en las Mestas, en pleno corazón de las Hurdes, adonde acudía una vez por semana, contratado por el patronato de las Hurdes, para pasar consulta en casa del tío Picho, quien se haría famoso mucho más tarde por haber inventado el «ciripolen», una viagra «avant la lettre» a base de jalea y otras substancias cuyo secreto es como el de la Coca cola.

Allí, en un pueblo encajonado entre montañas, con carreteras por las que apenas si podían cruzarse dos coches, dar la vuelta para volver a la Pesga era, para él, simplemente imposible. Y no era cuestión de subirse todas las veces el puerto de Las Batuecas hasta la Alberca.

Así que la solución tuvo que venir de lo que podemos llamar un uso adecuado de la fuerza: tan pronto como mi padre paraba el coche a la puerta del tío Picho, y mientras tomaba el pulso, auscultaba pecho y espalda, medía la tensión y repartía muestras de medicinas gratuitas a mujeres, viejos y niños, los hombres del pueblo salían de sus casas, cogían el coche en volandas y lo ponían mirando hacia donde había venido de manera que mi padre podía salir del decorado con la misma majestuosidad con la que el acorazado Potemkin había atravesado el puerto de Odessa.

Siempre he admirado a aquellos mozos bajitos, desnutridos y voluntariosos que estaban dispuestos a levantar a pulso un coche (un Ford de los que salen en las películas sobre Al Capone que pesaba más de dos toneladas) para hacer más fácil la estancia de mi padre entre ellos y para garantizar unas horas de atención médica a la semana. En aquellos tiempos heroicos y primitivos en los que la sanidad empezaba a llegar, lenta y precariamente, pero de forma sistemática, a todos los rincones de España, esta era su forma de cotizar, de contribuir al progreso. Más conscientes que muchos de nuestros políticos de la importancia de la asistencia sanitaria.

La construcción del Estado del bienestar en España ha sido un fenómeno reciente, incompleto y, por ello, frágil. Creo que se puede decir que nuestro sistema de salud es aceptable pero que tiene mucho que mejorar. Lamentablemente, no es el tipo de inversión que los economistas liberales que mandan ahora consideren como prioritaria, ni siquiera la consideran inversión, sino gasto. Y cómo gasto, la sanidad está, de una forma u otra, en el punto de mira de la tijera de los que saben que pueden salir adelante con seguros privados y sanidad de pago.

Yo los ponía a levantar coches en grupos de seis u ocho durante una temporada.