EL TRANVIA

Hace unos días, una de mis hermanas me dio una foto, que había encontrado en un cajón, en la que aparecía yo, adolescente, tocando la batería. La peculiaridad del asunto es que yo no recuerdo haber tocado nunca la batería, ni siquiera haber posado mimando el gesto. Sin embargo, ahí estaba la foto, bien conservada y autentificada con la letra manuscrita de mi madre: «Juan Pedro y el gordo de Antolín tocando la batería».

Parece que la imagen que nos hacemos de nosotros mismos, el “yo” que nos vamos construyendo, se forma, no con la vida tal y como ha sucedido, sino con lo que recordamos de ella, bien porque somos incapaces de tenerlo todo en la cabeza, bien porque filtramos, tan interesada cómo inconscientemente, los recuerdos, intentando librarnos de la realidad. De forma que lo olvidado no existe … hasta que reaparece.

Uno puede pensar que es un gran líder político, que sus triunfos sucesivos y su capacidad de gestión hacen de él un personaje de futuro, imprescindible, dispuesto a arreglar España empezando por Madrid. Hasta que alguien pone encima de la mesa la olvidada factura del tranvía y el pasado viene a trastocar unos planes basados en la idea que se tenía de un mismo.

En el libro «The reincarnation of Peter Proud» (Max Erlich, 1973, adaptada al cine en 1975), el protagonista va recordando escenas de una vida anterior que no acierta a comprender hasta el último momento en el que se produce un drama al que sucumbe.

Cómo él, Tomás Gómez ha ido ignorando o malinterpretando las señales del pasado pensando quizás que el problema se reducía a un problema de corrupción. Así la cosa, todo es simple: Si él no es culpable de nada deshonesto, cosa que tiendo a creer, no tiene nada que temer y si lo es, puede esperar, en circo actual del «y tú más», que practican todos los partidos, hasta los emergentes, acogerse a la benevolencia de la tan manida «presunción de inocencia».

Grave error. Porque el asunto del tranvía de Parla no es un problema de corrupción (o no sólo). Es, sobre todo, un problema de malísima gestión y ahí es donde duele. En los tiempos que corren, el tranvía de Parla es el paradigma mismo del despilfarro inútil de la época en la que «vivíamos por encima de nuetras posibilidades» ¿Quién querría entregarle la gestión del presupuesto de Madrid, en un momento en que cada céntimo cuenta, a alguien que pagó su juguete tres veces más de lo que valía? A pesar de las apariencias, políticos honestos se encuentran por montones. Que además sepan gestionar bien, ya son muchos menos. Y Tomás Gómez no es uno de ellos.

Su segundo error ha sido perder la flema: podía haber guardado sus oportunidades para el futuro con una retirada digna, cómo la de Rubalcaba o la de Carme Chacón, entre otras muchas, pero ha preferido despreciar a su propio partido organizando una resistencia épica de opereta decimonónica, incluyendo la asonada de medio centenar de seguidores ante Ferraz. Sin olvidar, por supuesto, la teoría conspiratoria que incluye hasta al periódico «el país».

Claro que ser paranoico no impide que a uno le persigan, pero en política el problema no estriba en no tener enemigos, eso es algo casi inevitable, el problema se reduce a evitar darles la cuerda para que te cuelguen.

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